La siguiente etapa es el trabajo cooperativo en grupos base, donde el alumnado resuelve actividades guiadas llamadas prácticas. En estas sesiones, no solo se aplican los conceptos, sino que también se aprende a argumentar, explicar los razonamientos y corregir entre iguales. Esta dinámica fomenta la responsabilidad individual y la interdependencia positiva, claves para un aprendizaje significativo. Además, las correcciones en gran grupo transforman los errores en oportunidades de reflexión colectiva.
En la fase individual, el alumnado enfrenta tareas autónomas con flexibilidad de tiempo, lo que permite adaptarse a distintos ritmos de aprendizaje. Aunque trabaja por su cuenta, puede consultar dudas y contrastar ideas con otras personas del grupo, reforzando así su capacidad de análisis y autogestión. Finalmente, las pruebas individuales sirven tanto para evaluar como para seguir aprendiendo: tras su realización, se analizan en clase para identificar aciertos y dificultades, cerrando el ciclo con una mejora continua.
Este método, que avanza desde el apoyo docente hasta la autonomía, y desde lo colaborativo hasta lo individual, garantiza un aprendizaje profundo y duradero. No se trata solo de resolver ejercicios, sino de desarrollar un pensamiento matemático crítico y reflexivo, esencial tanto dentro como fuera del aula.