IDEO, 11/06/14.- En plena implantación de la LOMCE, os proponemos una reflexión conjunta sobre las leyes educativas y su consenso.
Antes de desarrollar un sistema educativo, tenemos que asumir socialmente que la Educación, con mayúsculas, es uno de los pilares fundamentales en los que debe asentarse el bienestar y el desarrollo de una sociedad próspera.
Deben definirse, entonces, qué objetivos se persiguen con la formación del alumnado y qué necesidades sociales deben ser cubiertas con el modelo a desarrollar. Aunque podemos encontrar pautas comunes en cuanto a contenidos y metodologías con otros países y realidades, hemos de tener en cuenta que cada cultura tiene unas características determinadas que requieren actuaciones específicas.
Uno de los retos a los que nos enfrentamos es cómo conseguir que los conocimientos que se transmiten en el ámbito educativo sean extrapolables a la realidad diaria del alumnado. Una de las causas del abandono escolar es la falta de interés por los contenidos y su escasa conexión con las necesidades de los menores. Según los resultados del último informe PISA, los ciudadanos españoles tenemos problemas para aplicar los conocimientos adquiridos a problemas reales cotidianos.
Los contenidos no deben ser un fin en sí mismos sino una herramienta que nos sirva para, partiendo de las inquietudes de los estudiantes, alcanzar su pleno desarrollo.
No podemos construir una buena realidad educativa que vaya más allá de la retórica legislativa, si dejamos fuera de la ecuación al factor fundamental de la educación, los niños y niñas. El alumnado debe sentirse el protagonista de su propio proceso formativo y participar en las decisiones del centro. Solo así, podemos alcanzar la meta más ambiciosa, crear en ellos una motivación intrínseca que les haga disfrutar y participar activamente en su desarrollo integral.
Al igual que se hace en Finlandia, una ley educativa debe ser desarrollada por profesionales que, día a día y a pie de campo, participan en el proceso de enseñanza-aprendizaje. Una reforma educativa no puede nacer con la oposición de alumnos y docentes. Un buen sistema educativo debe ser capaz de pasar del papel a las aulas sin dejarse nada por el camino.
Si lo elaboramos desde lo real y tangible, sabremos qué necesidades concretas existen. Sabremos, además, que cada niño y niña es diferente y que sus procesos y ritmos de aprendizaje también son distintos. Si aprendemos a aprovechar esas diferencias y a comprender esas peculiaridades, podemos crear un sistema justo que atienda a la diversidad y en el que todos se sientan valorados por igual.
Una buena ley educativa tiene que tener unos mimbres sólidos y estables, sin dejar de ser, a la vez, viva y dinámica. Una situación de equilibrio entre la rigidez de los sistemas tradicionales y la excesiva laxitud que puede conducir a una pérdida de identidad. La evaluación del modelo en busca de mejoras no es mala. Nos ayuda a evolucionar. Si lo son, en cambio, las constantes reformas integrales del sistema. Lo primero, enriquece; lo segundo, crea inestabilidad y frena el desarrollo.
Por ello, se deben realizar formaciones constantes de todos los agentes implicados en educación, mientras se estudian nuevas metodologías y se invierte en investigación.
Aún con todo, un sistema educativo necesita, sobre todo, tiempo para asentarse y dar resultados. Por eso, el punto de partida de una reforma educativa tiene que ser un gran pacto político en donde se acuerden líneas de actuación común y se asuma el compromiso de respetar esos acuerdos sin importar el partido que gobierne.
Buscamos, de nuevo, una referencia en el modelo finlandés, donde las reformas del sistema educativo empezadas en los años 70 y continuadas en décadas posteriores, empiezan, más de cuarenta años después, a dar los resultados esperados. Esto es impensable en nuestro país, donde en esos mismos 40 años (desde la aprobación de la L.G.E. en 1970) hemos aprobado cuatro leyes educativas diferentes.
Una vez alcanzado un pacto de estado en educación, se deben emplear todos los medios humanos y materiales necesarios para su funcionamiento. Parece obvio que los profesionales del ámbito educativo deben recibir una completa formación que les ayude a poner en práctica el nuevo modelo de manera eficiente. Si es impensable realizar una actividad con éxito en cualquier ámbito, personal y profesional, sin la preparación previa, ¿por qué se asume que en el ámbito de la educación esto no es necesario?
En Escuela Ideo proponemos una filosofía educativa viva y dinámica que bebe de la realidad y evoluciona con ella. Un marco educativo que no sería posible sin la continua formación de todos los factores implicados. Nuestro entorno cambia y no podemos quedarnos atrás. Pensamos que un pacto por la educación de todas las instituciones educativas y fuerzas políticas ayudaría a generar la estabilidad necesaria para que el sistema funcione. Ofrecemos nuestra implicación en el proceso y compromiso por una formación continua que nos hace estar preparados para ese momento.
Iván Sabau (Escuela Ideo)