Defendemos una pedagogía centrada en la interacción del alumnado con su entorno. A través de su relación directa con la realidad se consiguen dos objetivos fundamentales en el proceso de formación integral: despertar el interés y la motivación derivados de un conocimiento práctico, y ayudar a una efectiva asimilación de los conceptos.

La metodología experiencial nos ofrece una gama más amplia de recursos dentro del proceso de enseñanza–aprendizaje, no solo en el propio proceso de formación sino en su forma de evaluarlo. Si consideramos este proceso como la mera transmisión de información de manera unidireccional profesorado–alumnado, limitamos la participación de niños y niñas a meros receptores pasivos del conocimiento. Esta falta de protagonismo en su propio proceso formativo tiene como consecuencia la falta de implicación y motivación del alumnado, que acaba considerando los contenidos como algo ajeno a su foco de interés.

Ya a finales del siglo XIX se hablaba en Europa de una pedagogía de la intuición. “La intuición era tanto un don del educador como una vía de relación del niño con el mundo. El educador asumía intuitivamente los caracteres originales y personalísimos del discípulo e iba estimulando su desarrollo, secundando su actividad, alimentando su maduración…, dejándole hacer” [1].

“Que el niño aprenda jugando; que represente y realice los objetos de sus concepciones; que la memoria deje de ser, como ha venido siendo hasta aquí, el casi único instrumento de enseñanza; que amplíen los programas escolares, dando entrada en ellos a las ciencias naturales; que se practiquen lecciones de cosas; que los alumnos trabajen en oficios mecánicos; que no se desatienda el desarrollo físico” [2].

De manera paralela, en Estados Unidos, John Dewey elaboraba su teoría del aprendizaje en contextos reales. “El ideal no es que un niño acumule conocimientos, sino que desarrolle capacidades” (Dewey, 1916).

Alumnos y alumnas se convierten en investigadores, en el sentido más científico del término, y en gestores de su conocimiento. De esta manera, el papel del docente irá perdiendo protagonismo a medida que ellos vayan adquiriendo autonomía. Empezará guiando el proceso hasta conseguir despertar en el alumnado el interés por el aprendizaje, a la vez que le proporciona las herramientas necesarias para usar ese conocimiento de manera provechosa y enriquecedora.

Como se recoge en el número extraordinario de la Revista de Educación del año 2008, “los métodos deberían estimular que los estudiantes colaborasen intercambiando sus ideas, sugerencias, hallazgos, etc. y se ocupasen con situaciones concretas tanto como generalizan sus experimentaciones [3]. Por eso proponemos una metodología basada en “la reflexión como proceso individual y/o social, que incluye la experiencia y la incertidumbre” [4]; en el aprendizaje por proyectos, que unifica teoría y práctica en la elaboración de un producto final, que transciende a las materias y que requiere de la cooperación entre todos los miembros del alumnado y el profesorado implicados; en el aprendizaje basado en problemas, que incluye el análisis, la hipótesis y la toma de decisiones; y en los métodos de enseñanza y aprendizaje mutuos, en los que se fomenta la enseñanza entre alumnos y alumnas y en los que se refuerzan los resultados del grupo y no solo los logros individuales.

Estas actividades requieren una evaluación continua. No tienen cabida en un sistema educativo activo y dinámico, unos sistemas de evaluación rígidos y parcelados temporalmente, cuyos resultados se justifican en base a unos objetivos cuestionables y que no respetan los procesos y ritmos de aprendizaje individuales.

Tan importante es evaluar los objetivos como evaluar el proceso que ha llevado a su consecución. También en las evaluaciones el alumnado debe tener un papel activo y protagonista, estamos hablando de una evaluación formativa. Solo reflexionando sobre nuestros propios mecanismos de aprendizaje y autoevaluándonos podemos ser conscientes de nuestras fortalezas y debilidades. La autoevaluación juega, por tanto, un papel central en el desarrollo integral de alumnos y alumnas.

En nuestra búsqueda de un aprendizaje multidireccional en el que todos se enriquecen con todos, es también fundamental la evaluación del profesorado por parte del alumnado porque ayuda a involucrar a los alumnos y alumnas, que se sienten atendidos en sus necesidades, mientras dota a profesores y profesoras de una información muy valiosa para la mejora de su práctica docente.

En esta educación activa y vivencial, tampoco tiene cabida el uso exclusivo de libros de texto que llegan a convertir los contenidos en algo cerrado e inamovible.

Por eso fomentamos la creación de nuestro propio material didáctico. Un material en el que el alumnado participa con sus propuestas e inquietudes. Los libros de texto en el aula envían al alumnado el mensaje implícito de que todo está decidido de antemano y de que no tienen influencia sobre su proceso de aprendizaje.

“Nada de libros de texto para los chicos: que escriban en sus cuadernos las ideas que recojan de las lecciones que usted les dé, a fin de que se desarrolle en ellos el entendimiento con preferencia a la memoria” [5].

En un periodo de continua evolución tecnológica, el empleo de libros de consulta debe complementarse con el uso de unas tecnologías de la información y la comunicación (TIC) que, con sus múltiples soportes, son una inmensa fuente de conocimiento. Su incorporación al ámbito educativo formal produce en el alumnado la motivación de lidiar con algo presente en su realidad cotidiana y en lo que se siente altamente competente.

En su papel de incluir en el centro educativo la realidad inmediata, las TIC han cambiado la forma de acercarse a la información, haciendo necesaria la adaptación de la comunidad educativa a este nuevo panorama.

Se debe fomentar en el alumnado un sentido crítico ante la información que recibe, dotarle de herramientas que le ayuden a diferenciar lo que es relevante de lo que no lo es, enseñarle a relacionar ese conocimiento con el ya adquirido y con el que está por llegar, y usarlo para crear sus propios contenidos y construir su propia identidad. Un ambicioso objetivo que requiere una comunidad educativa involucrada y activa en su totalidad. Así, es necesaria la participación directa de las familias, no solo con su apoyo fuera del centro sino con su colaboración en horario lectivo, involucrándose en las distintas actividades escolares, proponiendo en foros de reunión o recibiendo y dando información que contribuya a responder a las necesidades de los menores.

[1]  «La Institución Libre de Enseñanza«, T. Rodríguez de Lecea, F. Laporta y A. Ruiz, 1985.

[2]  «El arte de saber ver», Cossio, M.B., Boletín de la Institución Libre de Enseñanza Año III, n. 65 (31 Octubre 1879);  págs. 153-154.

[3]  «Aprendizaje Activo y Metodologías Educativas«, Günter L. Huber, Revista de Educación, número extraordinario 2008, págs. 59-84.

[4]  ibidem, sobre Hess, (1999).

[5] Del  nombramiento de Segundo Álvarez como maestro de Moreruela, por Francisco Fernández Blanco de Sierra Pambley, 1902, en “Don Segundo Álvarez, director de la escuela Sierra-Pambley de León”, Isabel Cantón Mayo, Revista de Educación nº 226, págs 201-236, 2000.

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Principio pedagógico 3 del “Proyecto Educativo de Centro, Escuela Ideo“, págs 21-23.